Análisis de Blue Prince, la reinvención roguelike de los juegos de puzles

Los juegos de puzles suelen plantear un rompecabezas, pedirte una solución más o menos rebuscada y pasar a otra cosa. Algún acertijo habrá que te obligue a devanarte los sesos, pero el proceso no varía. La gracia de un rompecabezas empieza cuando lo descubres y termina cuando lo descifras. Es un orden inalterable y nadie espera otra cosa. ¿O acaso hay encanto en regresar a un enigma cuya respuesta ya conoces? Claro que no. Lo normal es resolver un puzle, no rejugarlo.

Pero Blue Prince no es un juego de puzles normal. Aquí los acertijos y tus herramientas para investigarlos cambian partida tras partida. Desde niveles procedurales hasta muerte permanente, la obra de Dogumbomb toma lo mejor del roguelike y lo aplica a un género poco dado a tanto cambio. El resultado, un juego de rompecabezas único, ingenioso y fresco. No es casualidad que referentes de la industria como LocalThunk, creador de Balatro, lo pongan por las nubes.

Una mansión llena de secretos

En Blue Prince jugamos como Simon, un chaval de 14 años que está a punto de heredar la fortuna del barón Herbert S. Sinclair. Amante de los rompecabezas, el tío abuelo del protagonista sólo le puso una condición: encontrar la habitación 46 en la mansión familiar de Mount Holly. El truco está en que al edificio tan sólo se le conocen 45 estancias que, para más inri, cambian de disposición a diario. Todo un misterio.

Nada más llegar a la finca nos topamos con el vestíbulo, una sala con tres puertas y un plano (blueprints en inglés, que se pronuncia como el título). En él no hay más indicación que la posición del propio vestíbulo y la de la antecámara, cada una en un extremo de una cuadrícula de 5x9. Llegar allí ya es un reto en sí mismo, pues uno nunca sabe lo que deparará cada aposento. Tampoco es que dispongamos de todo el día. En cada intento podemos dar 50 pasos, energía que consumimos cada vez que cruzamos una habitación y que conviene gestionar con cautela.

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Al abrir una de las puertas podemos elegir entre tres habitaciones al azar, cada una con un propósito distinto. Los dormitorios sirven para recuperar el aliento y reponer el contador de pasos. En los vestidores hay monedas, gemas y llaves para comprar objetos, acceder a ciertas zonas y desbloquear puertas respectivamente. Y los salones cobijan puzles en el sentido más tradicional. Por ejemplo, uno en el que se nos presentan tres cajas selladas con una nota en cada una y una llave, sin más pista que la promesa de que una nota dice la verdad y otra miente. Tú verás cuál abres.

Más allá de la función, la disposición de las habitaciones también cambia. Las hay con varias puertas, ideales para seguir avanzando en múltiples direcciones, conseguir recursos y disponer de alternativas. Pero también abundan las estancias sin salida que niegan el avance en esa dirección. A veces compensa, como cuando escoges el armario y se te premia con dos objetos raros como un dado de marfil con el que resetear las posibles habitaciones.

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Otras, no tanto. Si te quedas sin pasos o sin rutas por las que seguir avanzando, la jornada terminará y te tocará empezar de cero al día siguiente. La “muerte” en Blue Prince es permanente y tanto los recursos como las habitaciones elegidas se resetean entre intentos. Salvo por pequeñas excepciones, lo único que prevalece es tu conocimiento de la mansión. Y eso es todo lo que necesitas.

Mount Holly, donde puzles y roguelike se dan la mano

Blue Prince tiene más de roguelike que de roguelite. Te lo arrebata prácticamente todo entre partidas y el progreso viene más bien dado por tu entendimiento del juego y su mundo. La mansión siempre cuenta con un máximo de 45 estancias, pero tú aprendes paulatinamente cuándo y cómo conviene disponerlas sobre el plano. El verdadero puzle, saber navegar la mansión de Mount Holly, es algo que se cocina a fuego lento. Intento tras intento, habitación a habitación.

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Pronto descubrirás lo conveniente que es acumular llaves al inicio y asegurarte el avance en los aposentos más avanzados, donde es más común toparse con cerraduras. También entenderás que Mount Holly alberga pistas y trampas por igual, de modo que no deberías confiar en todas las notas que hallas por el camino. Hasta alcanzarás la iluminación al comprender que avanzar en línea recta casi nunca es la respuesta.

Llega un punto en que la infinidad de combinaciones deja de abrumarte, en que disfrutas de sacar papel y lápiz para apuntarte una posible pista. Ahí es cuando Blue Prince hace clic y se revela como un juego de rompecabezas profundo, lleno de matices y con una historia que contar.

Mount Holly no sólo cobija un desafío de orientación, sino también un relato familiar que se narra de fondo. Raro es entrar en una estancia que no hospede una carta, una foto, un diario o un email primitivo (el juego transcurre en 1993). En cada uno hay un pedacito de historia sobre la familia de Simon y su entorno que ayudan a entender tu papel en todo esto. La mayoría de pistas están ahí desde la primera partida, pero es al progresar cuando todo cobra sentido y entiendes lo que está sucediendo.

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No queremos destripar la trama del juego, así que quedémonos con que Mount Holly es convenientemente laberíntica tanto para quien disfruta de los puzles como para quien oculta un secreto. Poco importa perderse entre estas paredes cuando la atmósfera es tan envolvente y bella. Da gusto pasar tiempo en Mount Holly. Incluso cuando no dejas de encontrarte la misma sala una y otra vez.

Los riesgos de la aleatoriedad

Quizá lo único frustrante del juego sea precisamente lo que lo hace tan único. Ese momento en el que ya comprendes la mansión y estás cerca de resolver un secreto, pero la aleatoriedad te zancadillea. Fastidia ir sobrado de pasos, tener unas cuantas llaves en el bolsillo y que no aparezca la habitación que necesitas. Peor aún, que siempre te salgan las mismas y que un juego que presume de frescura termine resultando repetitivo. Abundan los callejones sin salida, momentos que escapan a tu control y en los que el margen para la estrategia es casi nulo. Ahí tu conocimiento del mundo no importa tanto como tu suerte.

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Dicho eso, no concebimos una partida en la que no te lleves al menos una pizca de sabiduría. Blue Prince te lanza tantos misterios a la vez, tiene tantas capas jugables y narrativas, que nunca sientes que estés perdiendo el tiempo. Hubiéramos agradecido un poco más de metaprogresión, más avances que perduren entre intentos. Creemos que hubiera encajado como la última pieza de un puzle, sobre todo para darle más peso a la planificación y la estrategia.

Asimismo, habrá a quien se le atragante el inglés, con textos cargados de acertijos y mensajes ocultos que exigen cierto dominio del idioma para no perderse todavía más. Es un juego que, lejos de ser casual, te pide explícitamente que tengas a mano una libreta para tomar notas. Y si el idioma es una barrera para ti, conviene que lo tengas presente.

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