NBA | Lakers 113 - 109 Knicks (OT)

Épica, LeBron y Doncic

En un partido con prórroga y en el que tuvieron que remontar, los Lakers lograron su octava victoria consecutiva ante un rival extraordinario. LeBron y Doncic, otra vez los mejores. Brunson, brutal, se lesionó a un minuto del final.

Épica, LeBron y Doncic
Alberto Clemente
Alberto Clemente es licenciado en Historia y Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Empezó su andadura en el periodismo en Cadena SER, donde estuvo de mayo de 2018 a enero de 2019, desempeñando sus funciones en la web, dentro de la sección de deportes. Tras dicha estancia, pasó a formar parte de As, siendo parte de la sección de baloncesto.
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En el Crypto Arena se juntaban dos de los equipos más emblemáticos de la historia de la NBA. Dos mercados inmensos, los más grandes del mundo de casi cualquier deporte, que además eran miembros fundadores de la mejor liga del mundo, en los albores del baloncesto norteamericano, esa BAA que luego pasó a tener las siglas que conocemos hoy en día. Lakers y Knicks se encontraban en Los Ángeles, la segunda ciudad de los angelinos, que empezaron en Minneapolis pero se trasladaron a donde están actualmente en un movimiento que vino acompañado de esa grandeza que emana la ciudad de las estrellas, que las colecciona en pista a través de acumularlas en las gradas, eso que en su momento hizo Jerry Buss, que comprendió como nadie lo que estaba en juego, lo que quería transmitir, la idiosincrasia que creó en un lugar que hizo suyo. Los Knicks, por su parte, son el único equipo junto a Boston Celtics que siguen en su ciudad de origen, algo insólito en una liga llena de traslados y mudanzas. Pero si naces en Nueva York, en la cuna de Manhattan, con el Madison Square Garden como sede y recinto, no tienes que irte a ningún otro lado. Estás exactamente donde tienes que estar.

Los mejores momentos de ambos equipos quedan lejanos en el tiempo. Los Lakers, candidatos perennes, perdieron esa vitola con los últimos años y luego la retirada eternamente postergada de Kobe Bryant, llegando a la mediocridad deportiva pero sin perder el glamour inherente a una franquicia que es imposible que lo pierda. Y lo mismo pasa con los Knicks, cuyos dorados 70 son ya casi de la prehistoria y no pasan de semifinales de Conferencia desde el 2000, con Patrick Ewing todavía de estrella. Una crisis pantagruélica que no ha impedido que sigan siendo la referencia de la cultura neoyorquina, llena de apariencia bohemia y con una afición que entiende el baloncesto, pero que va de la mano de la de los Lakers, con eso de parecer antes que ser, parte de una esencia que les ha convertido en estrellas tan grandes como los jugadores, aunque sea en un ámbito distinto. Dos entidades que tienen mucho en común, que han compartido batallas y momentos, que han escrito algunas de las páginas más importantes de siempre y que han atesorado en su seno la capacidad de trascender. De que se hable de ellos ganen o pierdan. Es lo que tiene ser quienes son: dos equipos legendarios.

Ahora, ambos van también de la mano en el intento de resurrección. Los Knicks, sempiternos, buscan con Jalen Brunson (que se reencontró con Doncic tras ser otra de las estrellas a las que en su momento renunció Nico Harrison, ironías del destino) lo que no tuvieron con Carmelo Anthony, esa oportunidad perdida de anillo, esas ínfulas justificadas de grandeza que no consiguen igualar. Con Karl-Anthony Towns y un equipo competitivo buscan desbancar a los Celtics del trono y hacer oposición a los Cavaliers. El problema es que lo bueno y lo malo de su entrenador, Tom Thibodeau, confluye. Y las minutadas que el técnico da a su plantilla les deja chamuscados de cara a los playoffs, donde casi siempre llegan con muchos lesionados. En el otro lado, los Lakers han pasado de ser un equipo de mitad de tabla a uno de los principales favoritos al anillo de la NBA. El fichaje de Luka Doncic ha dado una nueva perspectiva a la entidad angelina, que no para de sumar victorias y buenos momentos. Y cuya afición olisquea la oportunidad y vuelve a vibrar con su equipo, tan volátil como siempre, sabiendo que su estado de ánimo depende absolutamente de lo bien o mal que vayan las cosas. Ellos y LeBron James, que también sabe que puede ganar su quinto entorchado y está enchufado hasta la saciedad. Esa era la batalla que acogía el Crypto Arena. Una que cerraba una especie de círculo, ya que los Lakers conquistaron el Madison... el día del traspaso de Doncic. Una justicia casi poética. Cosas de la NBA.

Un partido legendario

Lakers y Knicks (113-109 en la prórroga) dieron un homenaje a su propia historia a la del otro en un partido titánico, para los anales, que finalmente cayó del lado angelino, que suma su octava victoria consecutiva y se pone 40-21, por encima que los neoyorquinos (40-22) aunque esto sea anecdótico al pertenecer a conferencias distintas. Y eso que los Knicks lo tuvieron: un equipo físico y con el plan de juego muy claro, Thibodeau emparejó a Karl-Anthony Towns (12+14) muchos minutos sobre Luka Doncic y fue hombre a hombre, sin renunciar a utilizar mucho las manos en la zona. Y funcionó: los Knicks llegaron a ganar de 13 puntos y al final del tercer cuarto estaban más vivos que nunca (76-84), resolviendo levemente la situación un postrero triple de Dalton Knecht que dejaba las cosas más apretadas de lo que hubieran estado. A los Lakers les tocaba remontada. Y la tuvieron. Vaya si la tuvieron. En un final taquicárdico, lleno de emoción... y con victoria para los de nunca y los de siempre. Los que parecen tocados por una varita mágica. Ya se sabe quién.

Dos triples de Gabe Vincent con uno de LeBron entre medias parecían sentenciar el encuentro (99-96), pero una canasta con tiro adicional de Jalen Brunson forzaba la prórroga con 99 iguales. El genial base se fue a 39 puntos, 4 rebotes y 10 asistencias, pero se tuvo que marchar al túnel de vestuarios con un minuto para el final del tiempo extra. Algo que pudo ser clave si tenemos en cuenta que había anotado los últimos 13 tantos de su equipo, 8 de ellos en la prórroga. Ahí fue donde los angelinos tomaron ventaja con dos canasta consecutivas de Luka Doncic, envalentonado, una en suspensión y un triple. El Crypto vibraba como en los mejorías días del Staples, como el viejo Forum, a sabiendas de que era un momento de esos claves para la entidad. Los Lakers mantuvieron siempre esa ventaja y el 2+1 de OG Anunoby (20 puntos) no fue consolidado con el adicional, por lo que LeBron pudo cerrar el partido desde la personal sin la presencia de Brunson, que ya veremos qué tiene. Todos los titulares de los Knicks, claro, superaron los 40 minutos. Pero también lo hicieron LeBron y Doncic, a sabiendas de que éste es el momento en el que la máquina tiene que ser forzada para lograr una victoria tras otra y seguir segundos del Oeste.

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La pareja de moda fue otra vez la mejor, amasando el balón el esloveno, poniendo físico y defensa LeBron (que ya es el tercer jugador con más victorias de la historia tras adelantar a Tim Ducan). Ambos muy metidos con la ayuda de nadie, ya que Austin Reaves estuvo muy mal en el tiro (8 puntos, 1 de 7 en triples). Knetch y Vincent (11 y 12 puntos, éste último con 4 de 4 en triples) aportaron desde el banquillo, pero la clave volvió a estar en la figura de las estrellas: el base, extraordinario y de menos a más, logró 32 puntos, 7 rebotes, 12 asistencias y 4 robos, compensando sus 5 pérdidas. El Rey, por su parte, llegó a 31 tantos, 12 rechaces y 8 pases a canasta, haciendo un esfuerzo brutal y jugando casi 44 minutos con 40 años, el que más de todos su equipo. Un ejercicio extraordinario de supervivencia antes del partido ante los Celtics en el Garden de la noche del sábado al domingo en otro partido que promete ante el rival por excelencia, esos a los que aspiran a igualar en anillos. El duelo es previo a la última gira por el Este de los Lakers, que incluye visitas a Brooklyn y Milwaukee. Y los angelinos llegan con los deberes hechos: ocho victorias consecutivas, y 8-2 de récord con el esloveno en pista. Desde luego, es tiempo de soñar en la ciudad de la luz, aquella donde los sueños se pueden hacer realidad. En eso está el equipo por excelencia de la NBA. Unos Lakers que lo quieren todo. Y que lo pueden conseguir. Lo han demostrado.

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